Aquella Fábrica de Artes y Oficios (proyecto impulsado por el Gobierno del D.F) me ha llenado de expectativas, acerca de los jóvenes, esos a los que todos tachan de “Ninis”, aquí tienen un espacio ideal para el diálogo, la libre expresión, el encuentro de la cultura sin fines de lucro, donde todo el ambiente que se respira es de cooperación, donde los profesores que imparten talleres tienen un compromiso personal por difundir la cultura y producirla, para que no sólo se quede ahí en ese espacio, sino que sea conocida y reconocida, fuera de la nave del faro. Los jóvenes, niños y adultos van con el hambre de aprender y aprehender algún arte, el faro es un lugar donde se abren las posibilidades, la esperanza regresa, aquella que se ha perdido en la actualidad llena de violencia y guerra, ese futuro líquido, incierto, que cada vez nos va alcanzando; es una fábrica de creación artística.
Debido a que “la identidad social puede derivarse del sentimiento de pertenencia o afiliación a un entorno concreto significativo…” (Valera, 1994); es así que espacios culturales como: el FARO son referentes para los jóvenes de hoy en día, ya que si se sentían excluidos por la escuela secundaria o preparatoria, en el Faro existe una opción formativa diferente debido al modelo no escolarizado que maneja y dónde se puede encontrar a otros jóvenes que practican las mismas actividades incluyentes formando así, una identidad.
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